El océano que separa mi alma crece con cada recuerdo, se ahoga en nostalgia. Parada, pero no de pie, se atora, atraganta un nosequé.
La quijotera parece expandirse aumentando la presión dentro de un cráneo cerrado que no entiende de molinos, ni de gigantes, ni de sueños, ni elefantes.
Qué sé yo, si todo me vino hecho.
Me arden las experiencias de un camino andado, descalza y sintiendo. Se tornan ahora en aséptico y descafeinado discurrir de inercias. Beatas, castas, puras y tristes. Yo las quiero más putas y apasionadas, más libres y sensuales.
¡Qué me pican las entrañas, mi doña! ¡Qué se aturullan los sueños en mi cama!
Tremendo nudo el que me ata la garganta, que ni pa’ atrás ni pa’ lante se masca.
¡Ay, Victoria! Que ya no eres afortunada, o no te sientes, teniéndolo todo. Desagradecida.
Se secaron los colores de tu paleta y aquí nuay aceites que la rieguen en infantil travesura. Aquí nomás hay carbón y blanco manchado, que el color bien se esconde y si no se apaga.
El tiempo se hace bien largo, pero si lo necesitas, ¡ay, Victoria! bien se marcha. O te juega, o te burla y te engaña.
Ni gana ni maña, no hay luna. Ni conejo que se críe. Desde aquí no se ven estrellas que acompañen a la dama del rostro triste.
¿Y mi rosa? La que me regalaba la Aurora, la que me ofrece la chulona que se recuesta en la blanca mirándome en la mañana, y en la noche. Ella no se cansa, pero no es ángel tampoco desos que cuidan y velan tus sueños.
Pues ya valió el llorar, ya cansa. Pero ni el agua espabila a quien tarde se levanta.
Pepenadora de sueños/Ladamedeglace/Victoria Mayapán
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5 de marzo de 2013 a 13:08
Marta Sanuy
III
Cautivo enredo ronda tu costado,
pluma nevada hiriendo la garganta.
Breve trono y su instante destronado
tiemblan al silbo si suave se levanta.
Más que sombra, que infante desvelado,
la armadura del cielo que nos canta
su aria sin sonido, su son deslavazado
maraña ilusa contra el viento anda.
Lento se cae el paredón del sueño;
dulce costumbre de este incierto paso;
grita y se destruyen las escalas.
Ya el viento navega a nuevo vaso
y sombras buscan deseado dueño
¿Y si al morir no nos acuden alas?
IV
Pero sí acudirás; allí te veo,
ola tras ola, manto dominado
que viene a invitarme a lo que creo:
mi Paraíso y tu Verbo, el encarnado.
En ramas de cerezo buen recreo
o en cestillos de mimbre gobernado;
en tan despierto tránsito lo feo
se irá tornando el rostro del Amado.
El alfiler se bañará en la rosa,
sueño será el aroma y su sentido,
hastío el aire que al jinete mueve
El árbol bajará dicción hermosa
la muerte dejará de ser sonido.
Tu sombra hará la eternidad más breve.
José Lezama Lima
Enemigo rumor